DISCURSO DE AURELIANO SOBRE ZENOBIA..
De ella se dice que era tal su castidad que si no hubiera tenido el propósito de concebir, ni siquiera hubiera conocido a su marido. Pues, si en alguna ocasión se acostaba con él, mantenía su continencia hasta que llegaba la menstruación, por ver si estaba embarazada, y sólo en caso contrario le daba de nuevo la oportunidad de tener hijos.
Vivió con pompa real. Prefería ser venerada según los modos persas y dio banquetes a la manera en que lo hacen los reyes de esta nación. Según la costumbre de los emperadores romanos, marchaba a las asambleas públicas cubierta con un casco y ceñida con una faja de color púrpura, de cuya orla colgaban piedras preciosas, y que tenía en medio un brillante de forma de caracol, prendido como si fuera un broche de mujer y, frecuentemente, con uno de sus brazos desnudo. Era de rostro oscuro, de color moreno, con unos ojos negros que irradiaban un vigor extraordinario, de espíritu divino, de una belleza increíble. Sus dientes eran tan blancos que muchos pensaban que tenía perlas en lugar de dientes. La voz, clara y semejante a la de un hombre.
La dureza de los tiranos, cuando la necesidad lo exigía; la clemencia de los buenos príncipes, cuando la indulgencia lo reclamaba. Prudentemente generosa se encargaba de la custodia del erario mejor de lo que es habitual en el género femenino. Se servía de un carruaje, rara vez de un coche de mujer, y con frecuencia montaba a caballo. Se dice que a menudo caminaba con los soldados tres o cuatro millas.
Cazaba con la pasión de los hispanos. Bebía frecuentemente con los generales, aunque normalmente era muy sobria; también bebía con persas y armenios con el fin de mostrarse superior a ellos. Utilizó vasos de oro con piedras preciosas en los banquetes, sirviéndose de aquéllos que habían pertenecido a Cleopatra y que ella había heredado. En el servicio tenía eunucos de edad avanzada, rara vez doncellas. Ordenó a sus hijos que hablaran en latín, de manera que se expresaban en griego con dificultad y en pocas ocasiones. Ella misma no era totalmente desconocedora del latín, pero lo hablaba cohibida por la vergüenza; por contra, se expresaba en egipcio de manera perfecta.
Conocía de tal modo la historia de Alejandro y de Oriente, que, según se dice, ella misma escribió un epítome. No obstante, leía en griego la historia latina. Siempre defensora de sus orígenes egipcios y macedónicos, ya que la dinastía de Tadmur, tanto debe a Alejandro “El Magno”.
Cuando Aureliano la hizo prisionera, tras ser conducida a su presencia, la inculpó en estos términos: «¿Por qué, Zenobia, te has atrevido a desafiar a los emperadores romanos?». Dicen que entonces ella contestó: «A ti, que has vencido, te reconozco como emperador, a Galieno, a Aureolo y a los demás príncipes no los consideré tales. Confiando en que Victoria fuera semejante a mí, deseé, si la magnitud del territorio lo hubiese permitido, compartir con ella el poder real».
Así, fue conducida en un paseo triunfal tan pomposo como ningún otro de los presenciados por el pueblo romano. Engalanada, en primer lugar, con unas gemas tan enormes que se fatigaba por el peso de sus adornos. Pues, según se dice, esta mujer tan valerosa se detenía a menudo diciendo que
no podía soportar el peso de sus joyas. Además, sus pies estaban atados con cadenas de oro; sus manos, con unas esposas del mismo metal, y en su cuello no faltaba un grillete, también de oro, que sostenía delante de ella un bufón persa. Le fue perdonada la vida por Aurelio y dicen que desde entonces vivió con sus hijos, como lo hace una matrona romana, en una hacienda de Tívoli que le fue concedida; ésta, todavía hoy, lleva el nombre de Zenobia y esta situada no lejos del palacio de Adriano y de ese lugar al que se le da el nombre de Concha.
Uno de sus hijos marcharía de nuevo a Siria, cuyo tataranieto sería Leon III, que más adelante veremos. Ya que dicho Basileus, fue escogido por los Dioses, y fueron tres profetas, quienes comunicaron su designación como tal, sin influía en los procesos que dieron píe a la Iconoclastia. La reina Zenobia, influenciada por sus orígenes griegos y egipcios, dio origen en sus influencias a los verdaderos cimientos de las filosofías religiosas del Reino de Oriente, en la imagen de Bizancio.